Mail diario

Yo sé dónde está el cadáver

Mail diario #16

Buf, buf.

De todas las cosas raras que me han pasado, esta es tan rara que no sé ni si contártela. Pero bueno, ya que me he puesto la escribo y ya veré si te la envío o me la guardo. Porque una de las razones por las que te escribo estas historias, mis historias, es para yo mismo recordar.

Quién sabe, puede que un día pierda la memoria y esté todo escrito. Puede incluso que saque otro libro y esta vez sea de estos relatos, no hay manera de saberlo.

La cuestión es que durante muchos años he tenido (aún tengo) perros detectores. El por qué los tengo ya te lo contaré otro día porque hay historias muy curiosas.

El supuesto más típico para el que me contratan es para buscar dinero escondido o perdido (sí, perdido) por factores de amnesia. Y en algunas ocasiones lo hemos recuperado gracias a la hipnosis en vez de con los perros. Pero esas serán otras historias.

El dinero escondido suele pertenecer a herencias, donde se sabe o se cree que el fallecido tenía dinero escondido. Entonces los herederos, que quieren vender las propiedades, se quieren asegurar de saber si hay o no hay dinero.

Si te está pareciendo una buena idea de negocio, ya te adelanto que no lo es. Es muy difícil de llevar a cabo, además de tener requerimientos legales complejos. Fuera aparte de que el olor del dinero es muy bajo y se precisan perros con aptitudes excepcionales, además de mucho entrenamiento. Si esto ya fuese suficiente, el número de solicitudes cada año es muy bajo.

Hechas las aclaraciones que no me habías pedido, vamos al tomate de esta historia.

—Buenos días dígame.

Al otro lado escucho la voz de una mujer.

—Buenos días, ¿es ahí donde tienen perros detectores?

—Sí, aquí es ¿qué necesita?

—Encontrar un cadáver— matiza sin inmutarse.

Trato de procesar lo que creo haber escuchado, y vuelvo a preguntar.

—¿Ha dicho un cadáver?

—Sí, concretamente de una mujer ¿Tienen perros para dar ese servicio?

—Bueno, eso depende del grado de descomposición del cuerpo que estemos buscando.

—Serán huesos supongo— dice ella.

—Eso serían restos óseos y para ese supuesto concreto no disponemos de ningún perro en este momento ¿Por qué piensa que son restos óseos?- la curiosidad me está pinchando.

—Porque lleva desaparecida más de un año y está enterrada..

La seguridad con que afirma que el cuerpo está enterrado me pone alerta, alerta de cojones.

—Si está enterrada, el tiempo de descomposición se relentiza y un año no es tiempo suficiente para que un cuerpo enterrado se descomponga por completo en un enterramiento típico— le aclaro, no muy seguro de si hago bien en darle ese tipo de información.

—Bueno, entonces ¿tienen perros entrenados para cadáveres en el estado que se encuentre actualmente?

—Sí, tenemos dos perros ahora mismo. Uno cien por cien operativo y el otro a falta de un mes de entrenamiento para estar finalizado ¿Qué relación tiene usted con la víctima, familia quizás?

—No, no soy familia. La busco yo por mi cuenta. Hay una prima segunda suya con nosotros, pero yo me hago cargo de los gastos.

Todo muy normal, cada cual tiene sus aficiones.

—Supongo que habrá una investigación criminal en curso, ¿no es así?

—Sí, pero no están haciendo nada, por eso estamos tratando de buscarla nosotros.

—Lo que ocurre, es que nosotros no podemos presentarnos allí sin poner sobre aviso a la unidad Criminal de la Policía Nacional, ¿tiene algún problema con eso?

—No, no por supuesto, ellos están al tanto de que estoy buscándola.

—De acuerdo ¿Dónde debemos buscar, es una zona amplia y definida?

—No, es una escombrera donde sabemos que está enterrada de unos treinta por cincuenta metros.

—De acuerdo. Para este tipo de supuestos es mejor contar con dos perros que con uno, por lo que si no tiene inconveniente esperaríamos un mes para finalizar el entrenamiento del segundo perro.

—Eso tiene mucho sentido, aunque no creo que nos cueste mucho encontrarla, porque tengo la zona de donde se encuentra muy definida.

—Genial.

—Ese tipo de trabajo va a llevar muchas horas y como donde ustedes están ubicados hace bastante calor para los perros, habrá que dividir el trabajo. Lo suyo sería empezar al amanecer, parar cuando el calor apriete y retomarlo por la tarde cuando comience a bajar el calor.

—Me parece correcto— dice de forma distendida.

—Además llevaremos un detective privado, colegiado, que hará las veces de perito en todo el procedimiento, que habrá que pagar a parte.

—No se preocupe, el dinero no es un problema.

He escuchado muchas veces eso de el dinero no es un problema y ¿adivina qué? Casi siempre es un problema cuando te dicen que el dinero no es un problema.

Tras despedirnos mi cabeza no dejaba de barajar todo tipo de hipótesis, pero ninguna terminaba de cuadrarme. Opte por buscar su número de teléfono en internet, por si aparecía algo.

Cuando pulsé la tecla intro tras teclear el número de nueve cifras, el primer resultado decía: Videncia y Tarot.

—¡No me lo puedo creer! ¿Me ha contratado una vidente?

Automáticamente decidí dejar correr el tema hasta ver si el pago de la reserva se hacía efectivo.

A las doce de la mañana del día siguiente recibí por WhatsApp una copia del comprobante del ingreso. Ella había cumplido su palabra, así que puse en marcha la planificación.

Tocaba hablar con la Policía Nacional para informa

rles de todo. Así que decidí tirar de contactos y llamar a mi amigo Carlos, Inspector Jefe del CNP, que además había estado destinado unos cuantos años en la comisaría al cargo de la investigación. ¿Te he dicho que conozco a muchas personas?

—Bueno, podéis ir a hacer el trabajo sin problema, pero llama primero a comisaría e infórmales de lo que vais a hacer y cuando. De momento no te digo que preguntes por nadie en concreto. Si te ponen pegas hablamos de nuevo y ya hago yo una llamada o dos.

Nada mas terminar la charla busqué el teléfono de la Policía Criminal y les llamé.

Primero me dijeron que no podíamos ir, luego que sí pero. Siempre hay un pero.
Y al final, me exigieron que pasáramos por comisaría antes de ir al lugar de búsqueda.

El día del servicio habíamos quedado con la vidente a las 7 de la mañana en la puerta de la comisaría y allí estaba puntual como un reloj. Era una mujer rubia, alta y delgada de unos 55 años. Llevaba un traje amarillo muy elegante, junto con uso zapatos de tacón nada apropiados para la zona donde íbamos a tener que movernos.

—Ha venido preparada para atender a los medios— me apuntó Eduardo que siempre se fija en hasta el más mínimo detalle. —Lo que quiere decir que está convencida de que la vamos a encontrar. Igual tenemos suerte después de todo.

—Ojalá— le respondí con sinceridad. Uno siempre quiere que el cliente se vea recompensado. Es el mejor broche posible a un trabajo de esa índole.

Nos saludamos y los 3 juntos entramos a las dependencias. De inmediato salió a recibirnos un hombre de pelo blanco, de mediana estatura y en plena forma. Debiera de tener unos 50 años y llevaba su placa colgada del cuello por una cadenilla. Se presentó como la persona al cargo de la investigación.

—Buenos días— dijo para los tres sin referirse a nadie en concreto. —Ana— saludó a la mujer por su nombre al tiempo que ella le devolvía el saludo, dando a entender ambos que ya se conocían.

En resumen, la reunión fue para identificarnos a todos y exigirnos, que si aparecía algo  les llamásemos sin tocar nada.

Ya fuera de la comisaría seguimos al coche de Ana. La acompañaría un muchacho de veintitantos que se había quedado esperando fuera. La escombrera no estaba a más de diez minutos en coche.

Ya en la zona ,comprobamos que organizar el trabajo sería fácil, pues el área en que Ana nos pedía buscar era más reducida de lo que habíamos esperado. No serían más de veinticinco metros de largo por otros veinte de ancho.

Vemos un gran montón de tierra de unos seis metros de alto con bastante anchura sobre la zona  a inspeccionar. El cúmulo tiene vegetación que fácil tendrá unos diez años o más. Además desde la superficie a inspeccionar se ven varios chalets cercanos a derecha e izquierda.

—Aquí no hay nada— le digo a Edu. —Cualquiera podría ver cómo enterraban el cadáver— le digo señalando las casas.

—Y fíjate en la vegetación— me señala para confirmar que ambos hemos pensado lo mismo nada mas llegar.

—Así es, pero donde manda capitán no manda marinero, así que toca taladrar— le digo a Edu que ya contaba con ello.

El terreno calizo nos dificulta la tarea más de lo esperado y cada agujero toma un tiempo considerable, lo que juega en nuestra contra, ya que las horas avanzan y con ellas el calor. Por lo que tomo la decisión de hacer primero todos los agujeros durante la mañana sin exponer a los perros al calor. Después nos iríamos tarde a comer y regresaríamos con los perros por la tarde cuando el calor amainase.

Ana entiende el plan, aunque se la nota ansiosa por ver resultados cuanto antes.

Pasado el mediodía Edu y yo estamos exhaustos. Nos hemos ido turnando en las labores de taladrado para repartir el cansancio, pero aún así el trabajo ha sido muy duro. Hemos tenido que mover grandes piedras, palear tierra de unas zonas a otras y mover el equipo por la zona irregular.

Ana propone comer en un restaurante cercano que ella y los suyos suelen frecuentar.

Cuando nos sentamos a la mesa, la dueña, una rumana muy agradable y avispada me dice: —Ahí no hay nada.

—¿Cómo lo sabe?

—Por pura lógica. Ese montón de tierra lleva ahí más años que yo en España y ya voy a hacer 20. Si alguien hubiera removido algo ahí, se notaría. Yo eso creo.

Evito decirle que yo opino lo mismo que ella y ella empieza a tomar nota de nuestra comanda.

Mientras esperamos nuestros platos charlamos de temas relacionados con el caso, pero sin profundizar demasiado. Como desde cuándo estaba desaparecida, qué hacía pensar en el asesinato etc.

Tras la comida y el correspondiente postre llegó la hora de los cafés y la conversación se puso más interesante de verdad.

—Para que os hagáis una idea de la importancia de esto que estamos haciendo hoy, en ese sitio, tened en cuenta que a mí me dijeron que buscase un cráneo y encontré un cráneo— dice Ana con magnificencia.

—Pero, ¿quién te dijo que buscases un cráneo?— pregunta Edu con interés y por pura lógica.

—Ella, la muerta— contesta con un signo de obviedad en su rostro.

Edu y yo nos miramos con los ojos tan abiertos el uno al otro que ella se da cuenta de inmediato.

—Tengo fotos, eh. Si queréis os las enseño.

—Por supuesto que queremos— dice el detective, dudando de que la prueba existiese.

Ana, echa mano de su teléfono móvil y navega por su galería. Cuando encuentra la foto que busca le tiende el teléfono a Edu, que lo acepta con ansia. Él parpadea un par de veces y aleja el dispositivo un poco para adaptar su vista a la pantalla. Casi de inmediato, levanta la vista con incredulidad hacia ella antes de acertar a hablar.

—Pero si esto es una piedra— dice sin llegar a creerlo, mientras me tiende el teléfono para que compruebe que lo que dice es cierto.

—Ya, ya, pero ¿a que parece un cráneo?— suelta ella como si nada.

¿Te imaginas? En serio. ¿Te imaginas que te diga eso en esa situación?

Te lo repito, por si al leerlo como lo he escrito, no has cogido el matiz de ella muy seria diciendo ¿a que parece un cráneo? De locos.

—Hombre, Ana. Es una piedra, no sé— dije para justificar nuestro escepticismo.

—Estáis muy cerrados de mente. ¿Habéis oído hablar de los Orbes?

Negamos con la cabeza al mismo tiempo.

—Son unos entes que se manifiestan en lugares donde han ocurrido hechos trágicos— nos aclara. —Y tengo vídeos que lo demuestran. Ocurrió una noche que fuimos varios allí, incluidos dos guardias civiles. Estábamos allí con las linternas y vimos una forma  rectangular y marrón en la pared frontal del montículo. Una especie de dibujo, como indicando un lugar, que no habíamos visto ningún otro día y conocemos muy bien el sitio— se la ve sensiblemente emocionada al hablar, lo que nos convence de que cree ciegamente en lo que dice. —Cuando todos los del grupo estábamos mirando hacia el rectángulo, de pronto se derrumbó justo ese pedazo de pared ¿Os lo podéis creer? Fue increíble, como una señal.

—Pudo ser casualidad, ¿no te parece?— dice Edu apelando a su sentido común o al de los más comunes de los mortales.

Tu que estás leyendo esto podrás tener tus ideas y creencias, que yo respeto, pero la cosa se estaba poniendo divertidísima.

—Madre mía, sois cerradísimos de mente. Os voy a enseñar el vídeo para que os conozcáis de una vez— y comienza de nuevo a buscar en su galería. —Aquí está, esto es irrebatible.

Edu ya estaba alargando su mano antes de que ella se lo ofreciese, mientras yo observaba expectante, entre divertido e incrédulo de que aquello nos estuviese pasando en el trabajo.

—¡Pero si aquí lo que se ve es polvo en suspensión!— exclama Edu que no daba crédito a lo que veía.

—¡Por dios!, sois de lo que no hay— se queja ella de inmediato mientras Edu me tiende el móvil de Ana. —Tu si que lo ves, ¿a que sí?

—Bueno, yo esto lo he visto muchas veces en vídeos nocturnos, como dice Edu a mí me parece polvo en el aire.

—Madre mía. Cuánto incrédulo ante la evidencia hay por el mundo— se lleva las manos a la cabeza. —Da lo mismo, cuando luego la encuentren los perros, saldréis de vuestra ceguera mental— vaticina.

—Ojalá— digo yo, deseando de veras que el cadáver aparezca por fin.

—Y además, cuando aparezca esta chica vamos a ir a buscar a Marta del Castillo, que también sé donde está— lo manifiesta con una seguridad tan rotunda que, una vez más, estamos seguros de que así lo cree para sí misma.

—¿Ah si?— le incita Edu.

—Lo sé desde hace mucho, pero tienen a la familia muy sugestionada— no dice quienes— pero bueno, yo les ayudaré igual y gratis como en este caso.

El tiempo fue pasando y llegó la hora de acercarse de nuevo a nuestra zona de búsqueda.

Cuando llegamos allí lo primero que hicimos fue verter medio litro de agua en cada perforación. Empezamos por la primera hilera de agujeros y continuamos con las siguientes en orden. Así cuando terminamos los primeros agujeros estaban listos para ser inspeccionados.

Comenzamos pasando a Cloe, para después confirmar con Kaiser. El plan era sencillo, hacer dos hileras con la hembra y después confirmar las mismas con el macho, mientras Cloe descansaba y así sucesivamente. Yo sabía, por trabajos anteriores con perforaciones, que la mecánica iba a ser rápida y los perros me lo confirmaron.

Edu cronometró una media de 15 segundos por agujero para la perra y casi exactamente el mismo tiempo para el perro.

Ambos perros hicieron de un tirón y sin interrupciones las dos primeras filas, pero en la tercera Cloe se detuvo mas de la cuenta en el octavo agujero. Empleó casi cuarenta segundos sin llegar a hacer un marcaje, pero algo allí le llamaba la atención. Continuamos con el resto de agujeros de la fila e hicimos la cuarta sin ninguna novedad adicional.

Tocó el turno de Kaiser y el perro se detuvo igualmente en el octavo, pero no llegó al medio minuto antes de descartarlo y continuar con el resto.

—¿Eso ha sido un marcaje, verdad?— preguntó la vidente que estaba ansiosa.

—En realidad no. No han marcado sentándose y mirando directamente hacia el foco. Les habrá llamado la atención otro olor. No obstante luego les pasaremos de nuevo por esa hilera a los dos a ver qué pasa— le aclaré.

Tras eso, los perros inspeccionaron el resto de agujeros sin dar ningún positivo. Les dejamos descansar media hora y volvimos a pasarlos por esa fila. Cloe no se detuvo más de la cuenta en el octavo agujero y Kaiser tampoco.

—Lo lamento, Ana. Pero aquí no hay nada— le anuncié.

—Seguramente no hemos profundizado bastante— dijo refiriéndose a la profundidad de los hoyos.

— Es una posibilidad, pero teniendo en cuenta que hay casas cerca y que es un terreno duro de trabajar, como para cavar una fosa en mitad de la noche a más profundidad de un metro, lo veo poco probable la verdad— intentaba que aceptase lo evidente.

—Está aquí, me lo dijo muy claro— asegura. No una vez ni dos, han sido mas de seis.

—Desconozco cómo funcionan tus percepciones, por lo que no voy a discutirte nada, solo te digo que los perros no han encontrado nada.

—No importa, recaudaré más fondos, eso no será un problema y traeremos una excavadora. Iba a haberla traído esta vez, pero el maquinista no podía y sinceramente no creí que fuese a hacer falta.

Me rindo ante su insistencia.

—Te volveré a llamar— me estrecha la mano a modo de despedida, da media vuelta y se va.

Dos meses después Ana me llama de nuevo.

—En un par de semanas tendré el dinero para la excavadora y para pagaros de nuevo— me anuncia sin más, parece eufórica. —Es lo que va a tardar el banco en formalizar el crédito.

—¿Me estás diciendo que vas a pedir un crédito para pagarnos?

—Sí, no veo otro modo, tengo que solucionar esto cuanto antes.

—No lo hagas, Ana. Es muy poco probable que esté ahí enterrada. Puedes contratar la excavadora si quieres, en medio día puede remover todo lo necesario para salir de dudas. Eso no te supondrá mucho dinero y dado el tiempo que ha pasado desde su desaparición, los restos serán más que visibles, no harán falta los perros.

No me gusta que la gente gaste dinero en nuestros servicios si estos no van a servir de nada. Pero ella insiste.

—Creo que es mejor que vengáis con los perros. Se van a enterar esos de la criminal.

—No vamos air, Ana. Haz lo de la excavadora si quieres y después hablamos— me cierro en banda para que no pida el crédito personal.

—De acuerdo, así lo haré— dice con sequedad. —Ya hablaremos— cuelga sin dejarme darle réplica.

No volví a saber nada de ella y a día de hoy el caso sigue sin estar resuelto, según creo.

Por pura curiosidad busque la relación con el caso de Marta del Castillo y al parecer la familia de la chica desaparecida la denunció por llevarles hasta lo que eran huesos de perro y decirles que allí se encontraba enterrada su hija. Aunque nunca comprobé la veracidad de la noticia recogida en la prensa.

¿Y por qué te cuento todo esto?

Pues para que sepas que por extraordinaria que te parezca tu situación, no me sorprenderá y mucho menos te juzgaré. Sólo iré a lo importante, a ayudarte del modo más rápido y efectivo y te diré las cosas claras.

Y recuerda que tengo una rara habilidad que facilita todo esto.

Puedes escribirme a mi Whatsapp (+34 645177873) o a sergio.alava@sergioalava.com  y hablarme de tus objetivos.

Sergio Álava
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