Mail diario

Matando al toro

Mail diario #5

Que no, que no. Que ni me dedico a matar toros ni lo he hecho con anterioridad. Aunque sí que cacé durante muchos años, hace ya muchos que no cazo. No mato ni arañas, para que te hagas una idea de mi paso al otro lado.

La cuestión es que cuando eres un niño pequeño, lo que dicen tus más mayores te cala muy dentro. Eres como una esponja absorbiendo conocimiento y aprendiendo continuamente, por lo que yo no era muy diferente.

En esta historia o en este pedazo de mi vida, yo tendría como 8 años y estaba con mi abuelo Quico (de Francisco), dando una vuelta por un prado. Mi abuelo era un abuelo de los de campo; un abuelo de los de verdad. Lo siento por ti si no fue el caso. Es broma, aunque lo siento por ti porque te habrás perdido cosas que solo se pueden vivir y aprender en el campo, como esta.

Mi abuelo Quico, siempre lo he dicho y el tiempo no deja de darme la razón, es o la persona más culta con la que me he cruzado o de las más cultas y mira que he tratado con gente en esta vida.

Te explico. Mi abuelo hizo la enseñanza básica de su época y después entró en la universidad de la vida, donde se graduó con honores. Pensarás que es amor de nieto y esas cosas. Pero yo no soy así, soy un tanto particular en esos aspectos.
Como te he dicho en otras ocasiones, observo mucho y escucho más. Y mi abuelo era de esas personas que escuchan y ANTES de opinar sopesaba un lado y el otro. Así era respetado en todas partes y su opinión no sólo era respetada, sino que además era solicitada. ¡Que abuelo, coño!

Antes de nada y que juzgues lo que te voy a contar, piensa que eran los 80 y las cosas funcionaban un poco distinto. Bueno, funcionaban distinto y ya.

Paseando por uno de sus enormes prados (no te pienses que era el rancho Yellowstone, pero para mi era enorme) mi abuelo siempre me iba contando esto o aquello o yo (la mayoría de las veces) le atosigaba a preguntas. ¿Te he dicho alguna vez que pregunto mucho?

En esta ocasión íbamos por un prado que en la familia se conoce como Llano y en él hay una cuadra abierta por un lado. En esa estabulación el ganado entra para comer heno principalmente.

-¿Sabes diferenciar un toro de una vaca?- me pregunta mi abuelo, con intención de herir mi orgullo. Si has visto la serie Yellowstone ahora te imaginarás a mi abuelo como Kevin Costner, pero no. Mi abuelo era más guapo y con el pelo gris, por aquel entonces.

-¡Claro, abuelo!

-Entonces, ¿cuál es el toro de aquí?- me preguntó para cerciorarse de que sí sabía como distinguir a un toro de las vacas.

Miré en rededor y no lo vi. -No está aquí- aseguré.

-Muy bien. De hecho por eso estamos yendo por aquí a la cuadra, porque el toro no está a la vista.

-¿Es un toro malo?- le pregunté sin asustarme. ¿Quién era yo para asustarme si mi abuelo no se asustaba y yo estaba con él?

-No es malo con nadie más, pero sí conmigo.

Ante mi cara de desconcierto, me explicó que por algún motivo que no acertaba a entender (y como te he dicho, mi abuelo era muy sabio) aquel toro le había cogido una manía visceral. Si mi abuelo conociera el motivo, me lo habría dicho, porque mi abuelo era así. Pero no lo sabía.

Me explicó que cualquiera podía cruzar el prado con el toro cerca o lejos y este (como suelen hacer los toros Limousin o Charoles) sólo seguiría a lo suyo como si no te viese; pero te ve, oh sí. De hecho no te quitará ojo. Pero si veía a mi abuelo, cerca o lejos, escarbaba en el suelo y se iba a por él.

En aquellos tiempos mi abuelo estaba ágil y me dijo que ya había tenido un par de sustos. Pero creeme, por ágil que tu estés y por gordo que parezca el toro, corre mucho más que tu.

No recuerdo el resto de la conversación. Solo que entramos por la puerta trasera de la cuadra y dentro, no te voy a mentir, me sentí más seguro y tranquilo.

El interior de la cuadra era (y es) un pasillo donde se apilan fardos de heno y desde el que con seguridad puedes echar el heno en las parrillas inclinadas de donde lo comerá el ganado desde el otro lado. Por lo que el pasillo es totalmente seguro.

Pero, ¿adivina quién estaba al otro lado haciéndose el despistado? ¡El toro! Yo había visto aquel toro docenas de veces antes, pero nunca me había parecido tan grande y maligno como ahora. Comía del suelo algo de heno caído bajo la parrilla como si la cosa no fuera con él. Como si le diera igual que estuviéramos allí. Pero sí que le importaba.

Mi abuelo estaba a lo suyo. Hacía su rutina, desencordaba un fardo, guardaba las cuerdas (eran los 80 y se reciclaba más que ahora), cortaba el fardo en piezas y lo distribuía por la parrilla de unos 20 metros de larga. Después otro fardo…

Cuando llegó a la altura de aquel hijo de Satanás (yo era un crío y si odiabas a mi abuelo yo te odiaría más), echó el heno y entonces el toro, ese despistado, cuando pensó que lo tenía a tiro, lanzó un cabezazo contra la parrilla. Fue tan fuerte que del estruendo creo que me caí de culo.

Lo siguiente paso en unos 10 segundos y es de esas cosas que no olvidas. Sin estar asustado (como buen hombre de campo) y un tanto enfadado (seguramente más de lo que exteriorizaba) mi abuelo se giró y cogió un azadón que se empleaba para limpiar la cuadra. Lo asió por el mango y tras alzarlo descargó un certero golpe (con la parte trasera de la azada) sobre el cabezón de ojos enfurecidos.

Fue un visto y no visto. No recuerdo escuchar el golpe, pero sí ver al toro desplomarse.

-¿Lo has matado?- pregunté deseando que fuese un sí la respuesta, porque no quería salir de allí con aquel bicho enfurecido.

Mi abuelo miró por encima de la parrilla, aún con la azada en la mano, antes de contestar.

-No lo creo. Hace falta más que eso para matar uno de estos. Pero he hecho todo lo que podía hacer y desde luego lo que tenía que hacer.

Yo le escuchaba sin dejar de mirar al toro que respiraba (me fije mucho en ello) inconsciente.

Aquí viene la píldora de sabiduría que me dio mi abuelo ese día.

-Nunca en tu vida, pegues a un toro con la intención de hacerle daño, porque sentirá dolor y querrá matarte para vengarse. Si tienes que pegarle, tiene que ser para matarlo. Que sienta que lo podías haber matado, pero no lo has hecho. Entonces será el perdedor y te respetará para siempre. No lo olvides nunca- concluyó. (Y no lo he hecho).

Salimos de la cuadra cuando aún el toro no se había levantado y volví a sentirme seguro cuando salimos del prado y cerramos la puerta. Bueno, me sentí más seguro en la cocina de la casa familiar, contando la batallita junto a la cocina francesa de leña.

La moraleja de la historia es, que tras aquel afortunado día, la mirada del toro y la de mi abuelo nunca se volvieron a cruzar. Porque el toro, en cuanto veía a mi abuelo, apartaba la mirada en señal de respeto y de no buscar problemas. Nunca más tuvo mi abuelo que cuidarse de aquel toro. ¡Qué abuelo!

¿Y por qué te cuento todo esto?

Pues porque si tienes inseguridades que no te dejan avanzar en la vida, tengo una rara habilidad donde además te pondré en trance (y te encantará) y cambiarás tus inseguridades, por curiosidades y razonamientos, como hice yo hace mucho ya.

Buenas noches.

La puta el cura y la partida al mus.

El lobo asesino sin suavizante.

Sergio Álava
Sergio Álava

Hipnoterapia y comportamiento

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