Mail diario

Tornillo se dice boulonef

Mail diario #12

Lo que te voy a contar hoy, es una de las cosas más divertidas que me han pasado además de un tanto estresante, según se mire.

La cosa va así. Un año y pico antes, casi de casualidad conocí a unos tipos que no había visto en mi vida y un par de meses después me fui con ellos de viaje a Argelia.
Pero esa es otra historia que ya te contaré, o no.

La cuestión es que estábamos en noviembre e íbamos conduciendo camino de Marsella para embarcar en un ferry con rumbo a Túnez. El objetivo era Libia y su desierto y para ello deberíamos cruzar todo Túnez antes de entrar en Libia.

Pero esa, también es otra historia, sólo que esa sí es probable que te la cuente.

Ya sabes como va esto y si no te lo resumo rápido. El ferry tiene una hora de embarque de vehículos y pasaje bastante estricto. Cuando sale por la noche, como era el caso, se embarca, se cena en el comedor mientras el barco sigue quieto y después se hace la travesía nocturna.

Está muy bien, porque de ese modo descansas antes de llegar y llegas a destino a primera hora de la mañana. Pero claro, para eso hay que llegar al dichoso ferry.

Para ir entretenidos por el camino, los 4 coches de la expedición con dos personas en cada coche (menos en el del idiota), llevábamos emisoras para ir hablando entre nosotros.

Cuando todavía quedaban bastantes kilómetros para llegar a Marsella, Edu da una mala noticia y nos informa que el pedal de embargue de su Nissan Patrol se ha quedado pegado en el suelo.  En definitiva ya no podía cambiar de marchas.

Leo, otro componente del equipo y mecánico (reciben jubilado) de profesión le dice que en el siguiente peaje quite la velocidad y pare el motor para pagar. Después, le indica, que debe poner una marcha que, el coche, pueda mantener en cualquier terreno. Ya sea llaneando o subiendo. En el caso del Patrol, elegimos la tercera por consenso (no tenía mucha potencia).

El plan era sencillo. Como era una avería fácil de solventar en cualquier taller, decidimos ponerlo en práctica. Edu paraba y detenía el motor, pagaba el peaje (importante) engranaba la tercera marcha y uno de nosotros lo empujaba con otro coche para poner el suyo en marcha a las bravas. No quedaba otra.

Primer peaje: EXITO.

Continuamos marcha a paso de abuela reumática, pero no había problema porque teníamos margen de tiempo y nos invadía un: JODER QUE BUENOS SOMOS.

Segundo peaje: EXITO.

Qué grandes somos, pensábamos todos por nuestra capacidad resolutiva.

Tercer peaje: Cri, cri, cri (grillos cantando). El Patrol no arranca y se queda bloqueado.

Edu ve que su viaje, de 16 días y planeado durante todo un puto año, se trunca, justo en el inicio. Imagina cómo te sentirías tu, al haber invertido tiempo, dinero e ilusiones en algo tan atípico (y que ya no se puede hacer) como conducir por todo Libia (arena y más arena) con la soledad de la amistad. En ese momento, no se lo pregunté, pero sólo con mirarle sabía que su corazón estaba a la deriva y que la tristeza navegaba en cada uno de sus pensamientos.

Y yo, no te voy a mentir, yo temblaba de pensar en hacer el viaje sin él. Ya que el ambiente con otro de los coches (el del idiota) se había torcido mucho semanas antes y Edu tenía (y tiene) la mano izquierda necesaria para que los demás no lo eterrásemos en el desierto (al idiota).

¿Os acordáis de la frase de Luis Moya de trata de arrancarlo por dios? (Si no sabes de qué hablo, eres muy joven, así que búscalo). Pues así estaba yo por dentro.

Quedaban más de 100 kilómetros hasta el puerto de Marsella y remolcar el coche con una eslinga todo ese trayecto nos habría dado problemas serios con la policía francesa a buen seguro. Y terminado con el viaje de todos.

-Edu, llama a la asistencia en viaje y que te lleven el coche al ferry- le ordeno con total decisión.

-¿Y qué hacemos con el coche en Túnez? Pregunta con la obviedad de tener una avería inmovilizadora.

-Los problemas por partes. Durante el trayecto en barco vamos buscando un taller en Túnez y allí nos arreglan el coche y seguimos- le suelto totalmente convencido (al menos por fuera). Tenía claro que si no vendrían en nuestro coche y harían el viaje de todos modos.

Casi una hora después el coche de Edu está cargado en una grúa camino de la base de gruas del seguro, donde decidirían si le llevaban al puerto o no. Así que nos despedimos de él como si no fuéramos a volver a verlo. Porque al circular en tercera habíamos perdido buena parte de nuestro margen de tiempo, mas el tiempo de espera y faltaba la decisión de la aseguradora…

En la entrada al ferry conocimos a unos pilotos oficiales del equipo ruso Kamaz de camiones que iban a entrenar a Túnez y se ofrecieron (no hizo falta) a remolcar el coche de nuestro amigo al interior del barco cuando llegara (si llegaba).

A pocos minutos de que el ferry cerrara la entrada de vehículos apareció la grúa de Edu con el coche cargado. VICTORIA. El seguro hizo una cuenta rápida. Llevar el coche a España era más caro que moverlo sólo unos kilómetros hasta el puerto.

Durante la navegación hablamos con un tunecino que decía que tenía un amigo mecánico y que además su taller estaba muy cerca del puerto. Y no mentía, bueno en parte no y en otras sí.

Remolcamos el coche hasta donde nos indicó el hombre. Sólo que allí no había ningún taller. Lo que sí había era una cueva excavada en la roca con algunas herramientas dentro. No es una exageración literaria, era una puta cueva.

El hombre insistió en que su amigo era el Einstein de la mecánica y bueno, Leo y yo negociamos un precio, para que cambiaran embrague y bombín de embrague, 300€.

Entonces empiezan los problemas. El taller, perdón, la cueva, no era lo suficientemente alta como para que el Patrol con su baca y su tienda de techo entrase por la boca. Por lo que sólo cabía el morro del coche.

Eso no era ningún problema porque dentro de la cueva apenas había sitio y no, no había un triste elevador que habría facilitado todo un mundo y parte de otro la reparación. Por no haber, tampoco había luz eléctrica, ni herramientas a batería ni nada que hayas visto en un taller normal. Era una cueva con martillos, llevas fijas y carneros enfadados (luego te explico).

El hombre del taller nos dijo que nos fueramos a comer tranquilamente que ellos iban avanzando. En plan, todo controlado señores. Y así lo hicimos.

Durante la comida le dije a Leo que para cuando terminásemos de comer no habrían sido capaces de sacar la caja de cambios.

-Sí hombre, ¿cómo no van a hacerlo? si es muy sencillo- me contestó y con razón.

-Fácil para ti y para mí (que nací en un taller y he hecho de todo en coches de todo tipo) en un mundo normal, pero en esa cueva y con ese personal, no lo veo.

El tiempo me dio la razón (suelo calcular bastante bien previstos e imprevistos, es como un don) y cuando volvimos a la cueva, la caja de cambios seguía en su sitio, mientras el jefe y sus secuaces se rascaban los cerebros para comprender aquel galimatías.

Mientras tanto, el del coche que había generado el mal ambiente (el idiota), se empezó a impacientar, porque él iba solo y tenía que recoger a su compañera de viaje en Trípoli. Podía haberle dicho a ella que esperase en un hotel a que llegáramos, pero no quiso.

Yo tenía claro que me quedaba con Edu a solucionar aquel pastel y Leo y Rober también lo tenían igual de claro. Pero al final decidimos que acompañasen al idiota por si le pasaba algo. Y a regañadientes aceptaron.

Así que Edu, María, Adriana y un servidor, nos quedamos en la meca de la mecánica mundial (sarcasmo), donde horas después (sí, horas) la caja de cambios terminó en el suelo al lado de muchos tornillos.

Fue entonces cuando acompañamos al propietario de la cueva a la tienda de recambios, para comprar nuestras piezas. Para ello nos desplazamos a un barrio industrial donde había tiendas de todo tipo.

La tienda de recambios se parecía a las de aquí, solo que sin ordenadores. Aquí te piden número de bastidor (ahora matrícula) o letras de motor para localizar tu pieza y si no es imposible hacerlo. Pues allí no.

Le enseño el embrague roto al hombre de detrás del mostrador, lo mira sin mucho detalle y de debajo del mostrador saca uno igualito, pero nuevo.

Hacemos la misma operación con el bombín de embrague y mismo resultado. Me dejó alucinado, por rapidez, por eficacia y porque ni se inmutó.

De vuelta al taller pasaron dos cosas y ambas muy importantes en una cueva sin luz y en un país como Túnez. Se hizo de noche y no, no tenían linternas. Y se puso a llover mucho no, muchísimo. Digo un país como Túnez porque el alcantarillado no es una de sus fuertes y cuando llueve lo hace como si no hubiera un mañana.

Entonces pasó otra cosa que yo no había visto nunca en un taller. Se formó un charco debajo de el coche que parecía una puta marisma. Todo bien. Sólo que debajo del coche estaban todos los tornillos, tuercas y grapas que había que volver a colocar. Todo bien muy bien, se mantendrían hidratados.

Recapitula. De noche y sin luz, ni linternas. Les dejamos una linterna de estas de palanca que se recargan por inercia (como una dinamo). Sí de esas de los chinos. Increíble como aguantó la linternita.

¿Qué se hace mientras es de noche y diluvia en esa situación?

Pues se cogen los bártulos de camping (mesas y sillas plegables), te metes en la cueva y cenas tranquilamente mientras un tunecino (el jefe) y dos senegaleses enormes (los esbirro-ayudantes) intentan volver a montar el puzzle.

Un rato antes, el jefe (el tunecino) nos había mostrado su orgullo y su razón de vivir. Unos carneros enormes, que tenía al fondo de la cueva-taller, con sus pesebres y todo. Los bichos, a la mínima que les incitabas daban unos cabezazos increíbles, que hacían sonreír a su henchido propietario.

En esas estábamos, escuchándoles maldecir en francés (o eso suponemos), cuando nos dimos cuenta de que había una palabra que se repetía mucho. Se repetía muchísimo. Y no era otra que “BOULONEF”.

Sin saber francés, rápidamente entendimos que significaba: TORNILLO.

¿Y cómo llegamos a esa conclusión sin preguntar?

Muy, muy fácil. Escuchas a uno de los senegaleses pedirle un boulonef al otro. El aludido, mete la mano en el charco-marisma, tantea y saca un boulonef cualquiera. Se lo muestra al otro, que niega con la cabeza (querría uno más grande o uno más pequeño).

Entonces, el que tiene el boulonef equivocado en la mano, lo vuelve a tirar al charco (su sitio natural) para sacar otro boulonef. Así un sinfín de veces. Imagina cuántas veces saldría y entraría cada boulonef del charco.

Edu, sin comprender la lógica de aquello (seguro que la tenía), me mira y me dice: -¿Por qué?

-Las cosas son así por aquí- le respondo con mi naturalidad sarcárstica, mientras continúo disfrutando de la película (no teníamos tele y yo veo series por la noche). -No interfieras y todo irá bien- terminé (como si estuviésemos en el Serengeti observando la fauna salvaje).

A las 12 de la noche (como Cenicienta), Adri y María se fueron al hotel que habíamos cogido de forma obligada, mientras Edu y servidor vigilábamos la operación a corazón abierto.

Ellas, se fueron con la idea de darse una ducha caliente antes de dormir. Ay, ilusas occidentales. Cuando minutos y minutos después el agua fría no daba paso a la caliente, llamaron a recepción. Desde allí les informaron, amablemente, de que el agua caliente empezaba a las 9 am (estúpidas turistas, debió de pensar el hombre).

Por nuestra parte Edu y yo seguimos contando chistes y riéndonos de nuestra situación (llegamos a llorar de risa literalmente, mientras los de la cueva-taller no entendían nuestro divertimento), hasta que decidimos irnos a dormir a los asientos delanteros de mi coche. Muy cómodos para conducir y terriblemente incómodos para dormir.

A las 3 de la mañana, el tunecino toca en mi cristal con un destornillador. Y me informa de que ya estaba terminado el coche.

Si te digo que Edu se dispuso a probarlo, pensarás que éramos muy desconfiados y no te lo niego.

Esta, es otra de esas cosas que tengo grabadas a fuego en mi memoria y ahora mientras te lo escribo no puedo evitar sonreír.

Edu engrana la primera marcha y entra perfectamente. Intenta lo propio con la segunda y no, no puede. Decide pasar a la tercera y perfección tunecina una vez más. Prueba la cuarta y no, imposible de nuevo. La quinta también funciona a la perfección.

Edu se vuelve hacia el jefe de “mecánicos” casi enfurecido: -¿Pero qué es esto?- como viniendo a decir: ¿para esto me despiertas imb#@*##?

-El jefe de mecánicos sacude las manos y viene a decir a su modo y en su idioma: Yo he hecho todo lo posible, no se puede hacer más.

Yo riendo le digo a Edu: -Eres muy egoísta. Hace unas pocas (acentúo con retintín la palabra) no tenías ninguna marcha y ahora que tienes 3 gracias a estos señores, pones pegas. Lo tuyo no tiene nombre.

Antes de que Edu explotara o se fuese a dormir de nuevo aclaré la situación, porque yo sí sabía lo que estaba pasando. ¿Por qué lo sabía? Pues porque había sacado alguna que otra caja de cambios como aquella y me había pasado aquello mismo, sólo que no me rendí.

-Vamos a ver melón- Se lo dije tal cual sabiendo que no me entendía. No me juzgues, estaba muy cansado y casi enfadado.

Le expliqué que habían dejado mal colocada una bolita de acero que va debajo de la tapa de la palanca de cambios y Edu y yo nos fuimos a dormir de nuevo.

Dos horas después (sí dos horas), volvieron a tocar en mi ventana y milagrosamente todas las marchas engranaban. VICTORIA, el viaje seguía en marcha.

Nos dieron una chapa que no sabían de donde era y unos 20 tornillos que evidentemente el coche no necesitaba. Nunca se vlvieron a poner en su sitio, así que no, no los necesitaba.

Evidentemente quisieron que les pagásemos al amparo de la oscuridad. Pero Edu se negó en redondo. Ya sabéis como de desconfiados son los detectives (sí, es ese Edu).

A la mañana siguiente vinieron al hotel, a cobrar, el jefe y su amigo, el que nos recomendó en el ferry (a ese al que debíamos la vida por sacarnos del marrón de un modo sublime). Y decían que la factura (servilleta de papel escrita con mala letra) eran 600€ y no 300€. Que les habíamos entendido mal. Que eran 300, por desmontar y 300 por montar. Sí, nos dio la risa.

Entonces trataron de convencernos de que había que echar valbulina a la caja de cambios (una especie de te retengo el coche hasta que me pagues o me quedo el coche). Y tras yo mentir y decir que era mecánico desistieron.

Entonces, a la luz del día, fue cuando Edu lo vio. Oh sí. El interior de su impoluto Patrol, que normalmente era marrón (soy muy hombre en esto de los colores y sólo tengo los del arcoíris y poco más), ahora era negro. Negro en tono aceite quemado, concretamente.

Tras ver a Edu ponerse iracundo, cogieron los 300€ y desaparecieron.

Nosotros partimos rumbo a Trípoli, donde nos esperaban el resto. Pero, siempre hay un pero. A unos 10 kilómetros después de partir, Edu me dice por la emisora que le rascan las marchas.

Le tranquilicé diciendo que estaría mal purgado el circuito de embrague y paramos en una gasolinera. Allí se lo purgué y todo funciono de maravilla hasta que días después y sí en mitad del desierto. Pasó lo que tenía que pasar.

La tercera pieza del sistema de embrague que podía (y debía por antigüedad similar a las otras) morir, murió. Por envidia, por karma o yo que sé, pero murió.

Pero esa es otra historia que puede que te cuente.

¿Y por qué te cuento todo esto?

Pues porque si eres del tipo de persona que cae fácil en el pesimismo y ves todo negro antes que blanco. Te puedo decir que sólo es un comportamiento aprendido y que puedes pasar a ser optimista.

Ser optimista tiene muchas ventajas. Entre ellas, que vivirás más. Esto lo dice la ciencia, no yo.

Y la buena noticia es que lo mío es el comportamiento humano y soy bueno de cojones en eso. Además con mi rara habilidad podré ayudarte a cambiar esa faceta negativa tuya. Si quieres claro.

Así que si quieres cambiar algo en tu modo de ver el mundo, puedes escribirme a mi Whatsapp o mail y hablarme de tus objetivos.

Sergio Álava
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